Hospital de campaña

El Papa Francisco, que ya se ha convertido en la guía moral de millones de católicos y no católicos, ha dicho que ve a la Iglesia como «un hospital de campaña después de una batalla» lleno de heridos a los que hay que curar. Un diagnóstico igual haría Mariano Rajoy sobre España si tuviera la naturalidad y la sinceridad del Papa, que no es el caso. El presidente gobierna un hospital de campaña en el que no sabe por dónde empezar a poner calmantes en las heridas. Si la prima de riesgo mejora, empeora la herida catalana. Si Artur Mas se calla y le da dos días de tregua, llega la enfermedad del Rey y le da un susto de muerte. Cuando Don Juan Carlos se accidentó en Botsuana, el presidente del PP llegó a una reunión y dijo: «Esto del Rey era lo que me faltaba». En efecto, la crisis de la Monarquía era lo que le faltaba a un político que llegó al Gobierno con la intención de gestionar la normalidad e incluso de aburrirse un poco en La Moncloa.

Rajoy no sabe muy bien cómo atender a tanto herido. Por eso algunas veces hace como si no viera lo que todo el mundo ve o como si no le importara lo que a los demás le importa. La realidad es que no da abasto. Si la jefe de la enfermería Soraya Sáenz de Santamaría tapona la sangría de la corrupción, llega el juez Ruz y le pega un coscorrón al PP por el borrado de los discos duros. Si la marea blanca sanitaria ya no es un peligro porque forma parte del paisaje urbano, llegan los tribunales y paralizan la privatización de la gestión de los hospitales madrileños. Las heridas de Cataluña son las más graves y para ellas no encuentra el tratamiento adecuado. Durante mucho tiempo, fantaseó con que las lesiones se curarían solas con el paso del tiempo. Ahora sabe que lo único que hace el paso del tiempo es empeorar las cosas. Y así hasta el empeoramiento final.

En una de las camas de este hospital de campaña yace la moralidad pública con graves secuelas de la batalla de la crisis económica y financiera. La han puesto en una esquina y su estado no inquieta a Rajoy. La moralidad pública no afecta a la prima de riesgo ni a la estabilidad de la mayoría absoluta. Es cosa de diletantes que no tienen otras preocupaciones. Por eso María Dolores de Cospedal pasó ayer por delante de la cama donde yace herida la moralidad pública y le pegó un puñetazo al decir que el fichaje de Rodrigo Rato por el Santander es una magnífica operación de Botín, dado que Rato es el artífice del «milagro español». El último milagro de Rato consistió en transformar 300 millones de beneficios de Bankia en 20.000 millones de pérdidas. Alguien así merece ser premiado, aunque la pobre moralidad siga sangrando en su cama.